Aprendí que no se puede dar marcha atrás, que la esencia de la vida es ir hacia adelante. La vida, en realidad, es una calle de sentido único. Así decía Agatha Christie la mejor escritora de novela policíaca del siglo XX, que nos hace disfrutar tanto con el misterio.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Perséfone y Orfeo

Las lágrimas inundaban sus ojos y corrían como perlas grises, llenas de tristeza y dolor por sus mejillas. Perséfone, reina de los infiernos y esposa del todopoderoso dios Hades lloraba amargamente. Recordaba el día en el que fue arrebatada de los brazos de sus madre.
Caminaban tranquilamente por un florido campo en un precioso y soleado día de primavera. La felicidad llenaba su alma hasta el último rincón, cuando de repente se abrió un gran agujero en el suelo. De él salió el dios Hades, el omnipotente rey de los infiernos. Sus sola presencia desprendía angustia y miedo a los que estaban cerca de él. Con un rápido movimiento arrebató a Perséfone de los brazos de su madre y se la llevó al inframundo.
Desde entonces Perséfone estaba condenada a permanecer allí, en aquel lugubre lugar, morada del miedo y la pena. El único momento cuando Perséfone podía volver al mundo de los vivos era en primavera, cuando las flores resucitaban y podía sentir los cálidos abrazos de su madre. Volvió a la realidad.
Estaba sentada en su gélido trono, con el rey Hades a su lado, impasible. Entonces entró en la estancia un hombre que parecía bienintencionado y sereno. Era Orfeo, el mejor músico de todos los tiempos. Su expresión mostraba un inmenso dolor.
-Hades-imploró-, rey de los Infiernos, os suplico que me devolváis a mi amada Eurícide, que como sabéis murió por culpa de una picadura de serpiente en un desgraciado día.
Y empezó a tocar su lira. Aquellos sonidos fueron los más bonitos que Perséfone oyó nunca. Hasta el mismísimo Hades sintió algo que no había sentido nunca: pena. Y entonces su pétreo corazón y dejo entrar en él compasión por aquel pobre hombre. No tuvo otro remedio que dejarlo marchar con Eurícide. Perséfone al ver esto sintió gran alegría. Vio como Orfeo se marchaba. No debía mirar atrás hasta que llegase al mundo exterior o Eurícide volvería al Inframundo.
Perséfone permaneció sentada en su gélido trono, esperando a que Orfeo saliese al mundo exterior. Pero entonces vio que Eurícide volvía a bajar a los infiernos. Orfeo había mirado atrás y por tanto Eurícide tenía que volver al Inframundo.
Ya no sintió nada, ni pena, ni tristeza... nada. Tantas desgracias la habían impasible. Su corazón se había vuelto de piedra.