Aprendí que no se puede dar marcha atrás, que la esencia de la vida es ir hacia adelante. La vida, en realidad, es una calle de sentido único. Así decía Agatha Christie la mejor escritora de novela policíaca del siglo XX, que nos hace disfrutar tanto con el misterio.

lunes, 12 de marzo de 2012

El burro que envidiaba al perrito

Estaba un día el gran Conde Lucanor meditando taciturno sobre un tema que le tenía muy preocupado. Los hechos lo habían inundado como una gran ola del mar destruyendo todo a su paso. Por primera vez en su vida los acontecimientos lo habían superado y tenía que responder a las circunstancias, no forjar su propio destino.

Entró en la sala con paso calmado pero firme un hombre viejo, que no hablaba a menudo pero cuando lo hacía todo el mundo guardaba un silencio sepulcral para oírlo: era Patronio.

-¿Os ocurre algo, mi señor?- dijo en un tono amigable y a la vez servil.

-Patronio mi gran amigo-suspiró el conde-, los acontecimientos me han superado. El rey de Castilla no es popular entre la nobleza por sus medidas a favor del pueblo llano y la nobleza enfadada se ha levantado en armas. El rey me ha pedido auxilio y los nobles ayuda militar, , me prometen tierras, o incluso el trono.

El conde acabó así, mirando penetrantemente a Patronio, su discurso. El consejero guardó silencio, se llevó la mano a su poblada barba y comenzó a hablar.

-Mi señor-comenzó con un tono de voz propio únicamente de los más sabios entre los sabios-. Os contaré la historia la fábula del burro que envidiaba al perrito, sólo os pido que escuchéis atentamente.

»Hace algún tiempo había una dueña que jugaba con su pequeño y precioso perrito. Todo el mundo jugaba con él creando un ambiente de solaz y alegría. Pero un burro que estaba en los establos sentía una gran envidia del perrito y decía para sus adentros:

»Todos juegan con ese perro, pero que provecho les trae, nada. En cambio yo cargo la leña sobre mi espalda, traigo la harina que después comen... No es en absoluto justo.

»Entonces al burro en su enfado se le pasó por la cabeza la alocada idea de jugar con la dueña. Con una fuerte coz abrió la puerta del establo y salió corriendo hacia la señora. Ésta al verlo enloquecido viniendo hacia ella, preso de un impetu propio de un soldado bárbaro, dio grandes voces. El caos reinó en la pequeña congregación. En cuestión de segundos llegaron los guardias, pero demasiado tarde, el perrito había sido aplastado por el burro. Incapaces de parar al burro desbocado comenzaron a lanzarle piedras. El burrito exhausto se desplomó sobre el suelo. Los soldados se abalanzaron sobre él dándoles golpes cada vez más fuertes y brutales asegurándose de llegar al mismísimo tuétano. Finalmente rompieron las varas sobre el desdichado animal y ese fue su fin.

Patronio hizo una pausa para que el conde tuviese tiempo a pensar.

-Así es mi señor-finalizó Patronio-, que todos tenemos un puesto en esta vida, el rey es nuestro señor, no hay que intentar ser más de lo que uno puede ser.

El Conde Lucanor le agradeció profundamente a Patronio sus consejos y se mantuvieron fiel al rey.

En poco tiempo los nobles rebeldes fueron derrotados y ejecutados. El conde fue muy recompensado por el rey y llegó a ser mucho más poderoso de los que nunca había sido.

miércoles, 22 de febrero de 2012

El Cuervo

The Raven
Edgar Allan Poe
El Cuervo

-¿Criatura del Infierno!, sal de mi habitación, vete de mi vida.
El cuervo seguía allí arrogantemente posado sobre el busto de Pallas. El silencio era sepulcral y sólo e vio roto cuando el cuervo dijo:
-Nunca más.
Pero mejor empezaré desde el principio para explicar lo que ocurrió aquel aciago día de Diciembre.

Estaba yo sentado en el salón de mi mansión leyendo tristemente un libro muy antiguo, cuando oí como si alguien llamase a la puerta. Sentí como se me aceleró el corazón repentinamente y el miedo se apoderó de mí como un fantasma silencioso. Corrí hacia la puerta para abrir, tomé aliento y abrí de par en par. Oscuridad tan solo y nada más.
Cerré la puerta con aun mayor miedo en el cuerpo que antes. Volví a oír llamar esta vez con mayor fuerza y por un momento me pareció que el corazón se me salía del pecho. Gotas de sudor frío me empezaron a caer por la frente y por un momento pensé que perdería el conocimiento.
-Es la ventana, seguro-balbucí en un vano intento para tranquilizarme.
Fui a la ventana y pude ver la brillante luna llena alumbrando todo el bosque. De repente al abrir entró un cuervo majestuoso. Antes de que pudiese darme cuenta se había posado sobre el busto de Pallas encima de la puerta y allí se quedó completamente inmóvil.
Me reí del cuervo pues que daño me podía hacer un insignificante pájaro negro, pero éste me sorprendió aun más al decir:
-Nunca más.
Me quedé sorprendido mirándolo, poseído por la incredulidad. Me giré como bien pude y observé el rostro de Leonor en pintura. Empecé a sollozar al verla en el cuadro, pues se había ido y no volvería nunca más. Dijo el cuervo:
-Nunca más.
Y aquí ocurrió lo que narré antes.
-Maldito seas pájaro demonio, sal de mi habitación y desaparece de mi vida.
-Nunca más-respondió altanero el cuervo.
Noté como la ira me trepó por todo el cuerpo y me llegó a la cabeza. Mi cerebro se encendió en cólera como la más caliente de las hogueras. Aquel enviado del mismísimo Lucifer era el ser más insolente y despreciable que había conocido.
-Cuervo vete de aquí o te mataré con mis propias manos-advertí en tono amenazante.
-Nunca más-respondió más insolente que nunca y eso fue la gota que colmó el vaso.
Me lancé furioso sobre el cuervo, pero éste hábilmente escapó de entré mis manos y salió revoloteando rápidamente. Lancé otra acometida y esta vez el cuervo salió malherido, pero seguía volando. Estaba completamente agotado y empecé a lanzarle libros. Cada vez que los esquivaba decía plutónicamente:
-Nunca más, nunca más, nunca más...
Me desplomé completamente exhausto sobre el suelo de madera, sin fuerza y ya sin ganas de vivir. En cambio el cuervo seguía allí posado con aire triunfante sobre el busto de Pallas Atenea, que inmóvil veía mi imagen muerta sobre la madera. Pues yo ya no me levantaría ¡Nunca más!